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lunes, 31 de enero de 2011

Clamando en el desierto

Estas últimas semanas un escalofrío recorre el mundo como consecuencia de los movimientos que se están produciendo en numerosos países del mundo árabe y que están sacando a las calles de sus ciudades a centenares de miles de personas que claman contra sus jerifaltes pidiendo libertad, exigiendo derechos.

Cuando vivimos acontecimientos históricos muchas veces no somos conscientes de que lo son, de que supondrán un antes y un después inevitable, como en su momento lo fueron la caída del muro de Berlín o los atentados del 11S. Cuando el joven tunecino Mohamed Bouazizi se quemó a lo bonzo presa de su impotencia ante los abusos que sufría en su diario sobrevivir, nadie esperaba que aquello supusiera el chispazo definitivo para desatar  el incendio social en el que pueden consumirse los autocráticos regímenes políticos dominantes en estas regiones del planeta.

No lo esperaba el tirano local Ben Alí, ni sus fuerzas policiales, claro está. Pero tampoco lo esperaban los autócratas, dictadores y tiranos de diverso pelaje que manejan el cotarro por esos lares, de Rabat a Riad. Y, visto lo visto, es más que evidente que los gobiernos de nuestro ejemplar occidente (y sus económicos servicios de inteligencia) estaban a uvas también.

En definitiva. Está claro que estamos ante unos acontecimientos imprevisibles. Porque nadie los previó (ni dentro, ni fuera; ni diplomáticos, ni espías, ni sesudos expertos académicos). Y porque nadie parece anticipar qué es lo que va a pasar. Aunque supongo que nadie dudará ya, a estas alturas, que esto no es algo meramente anecdótico. Que las multitudinarias manifestaciones de ciudadanos plantando cara a sus regímenes de manera valiente, pacífica y cívica representan un punto de inflexión. Aun está por ver si el punto será y seguido (traduciéndose en reformas más o menos amplias) o aparte (traduciéndose en un colapso de esos regímenes).

Constatado esto (está pasando, lo estamos viendo, como el eslogan de la difunta CNN+), hay que dar un paso hacia delante para dejar de comportarnos como meros espectadores y actuar. Nuestros gobiernos, al menos. En particular los de la vieja y orgullosa Europa, acostumbrada a llenarse la boca de valores recordando que somos la cuna de esa democracia por cuyos derechos inherentes claman estos días tunecinos, egipcios, argelinos, jordanos, yemeníes…

Un nuevo muro está, si no cayendo, como mínimo sí resquebrajándose. Hemos vivido aceptando de muy buen grado para los ciudadanos de esos países lo que no queríamos para nosotros, a cambio de la estabilidad política que nos garantizara una vida más tranquila y calmada. En términos de seguridad, de inmigración, de suministro energético… Explotando este “pragmatismo occidental” se han consolidado figuras como el tal Ben Alí (del que poco o nada sabíamos los ciudadanos de a pie, no nos engañemos), Mubarak, Gaddafi, Fahd de Arabia, Abdalá II, Mohamed VI… Muchos bien podrían estar gobernando esos mismos territorios hace varios siglos, en la edad Media, si les quitamos el traje y la corbata.

Cuántas veces hemos oído eso de que el problema del mundo árabe es que no han conocido la Ilustración y siguen anclados en la edad Media. Las imágenes que suelen ofrecernos las televisiones de las turbas de gente acudiendo a La Meca, manifestándose con actitud agresiva contra alguna causa externa al país (alentados por el régimen, claro), sea la última intervención militar norteamericana o la penúltima provocación israelí, han contribuído a afianzar la idea que de ellos se tiene en el imaginario común (sin perjuicio de que a ello contribuyen colectivos como el talibán, por ejemplo).

Sin embargo, estas últimas manifestaciones son muy diferentes. Por muchos motivos. El más evidente es que reflejan el hastío de una población que se revuelve contra sus mandatarios sátrapas, contra la corrupción, contra el nepotismo. Pero también son distintas porque han sacado a la calle a una mayoría de población joven, en muchos casos formada, y entre la que se cuentan a numerosas mujeres.

Esta era nuestra de la globalización, la de la crisis económica sistémica y global, sí, pero de Wikileaks, Twitter y Facebook, también, demuestra que el presunto dogma del fin de la historia está absolutamente enterrado, sin necesidad de acudir a choques civilizatorios no menos dogmáticos y presuntos. Los ciudadanos de estos países profesarán la fe de Alá, pero disfrutan de la televisión por satélite (para seguir el  fútbol de la liga española, por ejemplo) o se conectan a Internet para acceder a información muy diversa. Todo ello hasta donde les dejan, claro. Y, por lo que se ve, también aspiran a disfrutar de cierto grado de libertad y derechos, próximo al que conocen desde el otro lado de las pantallas de los televisores y los ordenadores. Parece que, por lo tanto, Islam y democracia no tienen que ser valores sociales antagónicos, como muchos se empeñan en destacar. Un ejemplo notabilísimo lo encontramos en Turquía. Ese país puente entre oriente y occidente al que tenemos embarrancado en unas perennes negociaciones de adhesión para acceder al club de la Unión Europea varias décadas después de iniciar ese camino.

 ¿Qué hacen nuestros gobiernos, adalides de la libertad y la democracia? Esperan a ver qué dice Francia, sí. Pero habría que exigirles bastante más. Y que esta vez sí que se pronunciaran con una única y rotunda voz. Alentando, promoviendo, apoyando algo parecido a una transición hacia unos regímenes más abiertos. Lo que es inaceptable es la inacción. No es aceptable moralmente (por nuestros valores)… Iba a decir que tampoco lo es políticamente, pero ese es o ha sido el problema. Que políticamente sí ha sido aceptable. A la ciudadanía, en general, parece que nos da igual (repito, quién era Ben Alí). Poco nos importa lo que ocurra en esos países. Nos preocupa más que prolifere el terrorismo, que nos suba el precio de la gasolina o que cada día lleguen varias pateras a nuestras costas. Y a nuestros políticos parece que les resulta más fácil tratar con personajes como Gaddafi que hacerlo con una ciudadanía impredecible.

El problema es que esa impredecible ciudadanía puede levantarse un día y enseñar la puerta (o arrojar por ella) a estos personajillos de bolsillos anchos y miras estrechas. Y pueden sentir que se ha estado a su lado en ese proceso de aliento y apoyo del que hablaba antes, o no. Y es evidente que se tendrá mayor capacidad de influencia si ocurre lo primero. Y nos interesa ser influyentes. Por nuestra estabilidad y seguridad política, económica y social. Es decir, y retomando el hilo argumental anterior, la inacción no es aceptable, tampoco, políticamente.

No sabemos qué deparará el futuro. La revolción iraní que acabó con el régimen del Sha alumbró el régimen de los ayatolás (que, por cierto,  tampoco escapó a su propia revuelta recientemente), es cierto. Pero también lo es que el mundo ha estado conviviendo con él durante más de treinta años. También es verdad que la caída del poder de personajes como Mubarak dejaría un vacío que en seguida cubriría una organización como los hermanos musulmanes (ya que si algo caracteriza estas revueltas es su carácter desorganizado, casi, casi espontáneo, como una explosión). Por eso debería ser tan importante apoyar a estos movimientos sociales cívicos para que se fortalezcan y se estructuren.

Y, repito, ahí tenemos a Turquía. Se está desperdiciando la oportunidad de que "uno de los nuestros" funcione como espejo en el que todas estas sociedades puedan mirarse.

Tunecinos, egipcios, argelinos, jordanos, yemeníes... Todos ellos están luchando por cosas que son universales. Que no se sientan solos clamando en el desierto.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo en todo. Y, sobre todo, dónde anda la ONU ??? Pinta algo aquí ? Yo creo que mucho ...

    Ayer leía que se espera a EEUU ... Siempre con los americanos... tenemos una pequeña obsesión con los americanos ... Y ellos no son más que un mero espectador como lo somos nosotros ... Debemos ser todos los que demos un paso adelante, de ahí la ONU ...

    Pero, por qué no se ha dicho aún nada ? Porque la diplomacia es así de hipócrita, no sé si tanto como lo ha demostrado Wikileaks, pero un rato sí que es. Estamos a favor de la libertad, la democracia, la libertad de expresión, bla, bla, bla ... Pero luego cuando hay que dar un paso al frente y defender a la población (que es eso, darle esperanza a los ciudadanos que están desesperados), entonces no, entonces esperamos a ver qué pasa. No vaya a ser que nos posicionemos a favor de X y luego resulte que nos lo tengamos que comer con patatas ...

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