Estos días visita nuestro país Stepháne Hessel, un nonagenario francés que tras militar en la Resistencia francesa luchando contra la invasión nazi, participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que hoy está de plena actualidad porque el año pasado publicó un breve escrito dirigido a los jóvenes galos con el que pretendía incitarles a una rebelión pacífica frente a los actuales acontecimientos que oscurecen el futuro: Indignez vous. Esta obra, con hechuras de panfleto político (en el mejor sentido de la expresión) ha resultado ser un fenómeno editorial sin precedentes que ha trascendido las fronteras del país vecino para ser publicada y convertirse en referente en otros países como España (donde ha sido publicado por la editorial Destino y prologado por José Luis Sampedro).
Hessel se dirige a la juventud de su país pero el suyo es un mensaje universal. Esta lúcida mente de noventa y cuatro años afirma que a nuestro alrededor podemos encontrar numerosas razones que conduzcan a que nos indignemos: la destrucción del estado del bienestar, los orígenes de esta crisis económica, los movimientos xenófobos e insolidarios, el modelo productivista, el papel de los medios de comunicación... Como subraya Sampedro en el prólogo, vivimos en Europa, cuna de culturas, de la democracia, del estado de bienestar... Debemos defender este legado. La convivencia cultural, la democracia real, las conquistas sociales...
Entrevista a Stephane Hessel en "Hoy por hoy", cadena SER (28/03/2011)
Sin embargo, en España no nos indignamos. Parece que nada justifica que alcemos la voz o nos movilicemos (más allá de salir a la calle cuando España ganara el Mundial, claro). Asistimos de manera pasiva a la sucesión de acontecimientos que vivimos, más grandes o más pequeños, exógenos o de un carácter marcadamente local, de carácter económico o de ámbito social.
Vivimos en carne propia la Gran Depresión de nuestra era (sólo la generación de Hessel puede hablar con propiedad de la original que nosotros sólo conocemos por los libros de Historia), cuyos orígenes se escapan con mucho de las manos de un ciudadano medio que nada tuvo que ver con sus causas (más allá de ser una pieza más del modelo económico que tenemos). Una crisis que empezó en el sistema financiero debido a las arriesgadísimas (e incomprensibles, para el ciudadano medio) operaciones de sus gestores y grandes beneficiarios, aquéllos que han estado acumulando los excedentes de riqueza que no se han redistribuido entre toda la población. Esa crisis acabó llegando, claro, a la economía real, y la pagamos todos. Sobre su altar se están sacrificando importantes conquistas sociales de las últimas décadas vinculadas al sistema de Seguridad Social. Y no pasa nada.
En nombre de los mercados se reducen las inversiones públicas, se recortan servicios, se congelan pensiones, se aumenta la edad de jubilación y los números de años de cotización necesarios... ¡En nombre de los mercados! ¡Te lo juro por Moody's! Pero qué broma es esta. Asistimos impasibles (temerosos, a lo sumo) al dantesco espectáculo de los tiburones rodeando a la próxima presa, viendo caer a países enteros mientras se hacen cábalas sobre cuál será el próximo, mientras descubrimos que no sólo no se actúa contra los paraísos fiscales, sino que incluso España se comporta como tal. Y no pasa nada.
No sólo se reconoce que existe un alto grado de economía sumergida, sino que se afirma que se va a favorecer que aflore para, a continuación, perseguir más intensamente a la que permanezca fuera del sistema. ¿Qué pasa? ¿Es que acaso hasta ahora no se perseguía con la intensidad necesaria? Esperemos que funcione un poco mejor que la lucha contra el gran fraude fiscal. Y parece que no pasa nada.
Europa no es capaz de aprovechar la crisis como si de la oportunidad definitiva para ahondar en el proceso de integración se tratara. Al contrario. Crecen los recelos, la insolidaridad, los movimientos interesados y abiertamente anti-europeístas. ¡Pero qué es esto! ¿No se supone que todos estamos convencidos y queremos más Europa (o algo parecido)? Y no pasa nada.
En Japón se produce uno de los mayores accidentes nucleares de la Historia y el debate que debería estar produciéndose respecto al modelo energético se está produciendo con sordina, en el mejor de los casos. Europa no es capaz, una vez más, de coordinarse. Nuestros gobiernos no tienen opinión o, peor, la cambian con la misma facilidad que lo hace la dirección del viento. Y no pasa nada.
Nuestros políticos no están a la altura. O, simplemente, no están, ni se les espera. Parecen carecer de criterio, de valores, de escrúpulos... Y no me estaba refiriendo a sus corruptelas, que también. Especialmente en este país, donde clama el cielo. El último ejemplo, el del eurodiputado español del Grupo Popular Pablo Zalba, dispuesto a aceptar un soborno por enmendar una norma al dictado de un lobby. Y no pasa nada.
En este país en el que acostumbramos a levantar la voz en discusiones familiares y tertulias de bar asistimos de manera pasiva a este circo que envenena el pan nuestro de cada día. Resignados. Con el conformismo del que aspira a quedarse como está. Con la ambición del que cree que las cosas han funcionado siempre de la misma manera y que un individuo nada puede hacer, nada puede cambiar.
Nada más lejos de la realidad. Continuará.
Actualización (30/03/2011): traducción del texto de Hessel difundida por ATTAC
Entrevista a Stephane Hessel en "Hoy por hoy", cadena SER (28/03/2011)
Sin embargo, en España no nos indignamos. Parece que nada justifica que alcemos la voz o nos movilicemos (más allá de salir a la calle cuando España ganara el Mundial, claro). Asistimos de manera pasiva a la sucesión de acontecimientos que vivimos, más grandes o más pequeños, exógenos o de un carácter marcadamente local, de carácter económico o de ámbito social.
Vivimos en carne propia la Gran Depresión de nuestra era (sólo la generación de Hessel puede hablar con propiedad de la original que nosotros sólo conocemos por los libros de Historia), cuyos orígenes se escapan con mucho de las manos de un ciudadano medio que nada tuvo que ver con sus causas (más allá de ser una pieza más del modelo económico que tenemos). Una crisis que empezó en el sistema financiero debido a las arriesgadísimas (e incomprensibles, para el ciudadano medio) operaciones de sus gestores y grandes beneficiarios, aquéllos que han estado acumulando los excedentes de riqueza que no se han redistribuido entre toda la población. Esa crisis acabó llegando, claro, a la economía real, y la pagamos todos. Sobre su altar se están sacrificando importantes conquistas sociales de las últimas décadas vinculadas al sistema de Seguridad Social. Y no pasa nada.
En nombre de los mercados se reducen las inversiones públicas, se recortan servicios, se congelan pensiones, se aumenta la edad de jubilación y los números de años de cotización necesarios... ¡En nombre de los mercados! ¡Te lo juro por Moody's! Pero qué broma es esta. Asistimos impasibles (temerosos, a lo sumo) al dantesco espectáculo de los tiburones rodeando a la próxima presa, viendo caer a países enteros mientras se hacen cábalas sobre cuál será el próximo, mientras descubrimos que no sólo no se actúa contra los paraísos fiscales, sino que incluso España se comporta como tal. Y no pasa nada.
No sólo se reconoce que existe un alto grado de economía sumergida, sino que se afirma que se va a favorecer que aflore para, a continuación, perseguir más intensamente a la que permanezca fuera del sistema. ¿Qué pasa? ¿Es que acaso hasta ahora no se perseguía con la intensidad necesaria? Esperemos que funcione un poco mejor que la lucha contra el gran fraude fiscal. Y parece que no pasa nada.
Europa no es capaz de aprovechar la crisis como si de la oportunidad definitiva para ahondar en el proceso de integración se tratara. Al contrario. Crecen los recelos, la insolidaridad, los movimientos interesados y abiertamente anti-europeístas. ¡Pero qué es esto! ¿No se supone que todos estamos convencidos y queremos más Europa (o algo parecido)? Y no pasa nada.
En Japón se produce uno de los mayores accidentes nucleares de la Historia y el debate que debería estar produciéndose respecto al modelo energético se está produciendo con sordina, en el mejor de los casos. Europa no es capaz, una vez más, de coordinarse. Nuestros gobiernos no tienen opinión o, peor, la cambian con la misma facilidad que lo hace la dirección del viento. Y no pasa nada.
Nuestros políticos no están a la altura. O, simplemente, no están, ni se les espera. Parecen carecer de criterio, de valores, de escrúpulos... Y no me estaba refiriendo a sus corruptelas, que también. Especialmente en este país, donde clama el cielo. El último ejemplo, el del eurodiputado español del Grupo Popular Pablo Zalba, dispuesto a aceptar un soborno por enmendar una norma al dictado de un lobby. Y no pasa nada.
En este país en el que acostumbramos a levantar la voz en discusiones familiares y tertulias de bar asistimos de manera pasiva a este circo que envenena el pan nuestro de cada día. Resignados. Con el conformismo del que aspira a quedarse como está. Con la ambición del que cree que las cosas han funcionado siempre de la misma manera y que un individuo nada puede hacer, nada puede cambiar.
Nada más lejos de la realidad. Continuará.
Actualización (30/03/2011): traducción del texto de Hessel difundida por ATTAC