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viernes, 11 de junio de 2010

Origen y motivos. Frustración y vocación.

Opinión. La define la RAE como “dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable”.

Suele decirse que todos tenemos una. Y aunque muchas veces a tal afirmación se le quiere dar un matiz despectivo, lo cierto es que debiera ser considerada como algo positivo, si aceptamos la definición citada. Según la misma, tendría que admitirse que la opinión sería fruto de un proceso racional de reflexión, consistente en analizar y cuestionar la realidad, al objeto de poder formarnos un juicio de valor propio, nuestro.

Sin embargo no es infrecuente que tengamos no una opinión, sino varias, muchas. Sobre una misma cosa (lo que debe hacernos renunciar a la hipótesis del proceso “racional”). Sobre muchas (lo que debe hacernos renunciar a la hipótesis de “proceso”, al menos a aquel calificado como reflexivo).

Es cierto. Todos tenemos opinión para todo. Con y sin conocimiento de causa. Con y sin reflexión previa. Parece que si no tienes opinión, no eres nadie. No existes.

Y es cierto. Sin una opinión formada sobre la base de la información más o menos limitada y más o menos particular que nos llega, no somos más que borregos en un rebaño que repite lo que escucha por ahí. En clase, en la oficina, en la panadería, en el bar… O de boca de los voceros que cada día encuentran su hueco en medios de comunicación de todo signo y pelaje. Tertulianos, comentaristas, columnistas, colaboradores y demás opinadores profesionales pretenden erigirse cada día en creadores de opinión, en eso que algunos llaman “la voz de la calle”.

Sin embargo, las tecnologías de la información y las comunicaciones han abierto la posibilidad de que cualquiera tenga acceso a más información que nunca. Información que puede recibir, analizar, descomponer, recomponer, compartir… Todo ello de manera instantánea. Todos podemos ser opinadores vocacionales. Si esas mismas tecnologías permiten que, sin rubor, podamos compartir detalles de nuestra vida, porqué no compartir detalles de lo que somos, de lo que pensamos, de lo que opinamos.

Seamos opinadores vocacionales. Conformemos una sociedad civil activa, dinámica, crítica, formada e informada, abierta y tolerante, autónoma. Alcemos la voz. Que quien quiera escuche lo que cada uno tenemos que decir, por mucho que nuestras voces se diluyan en este mar de opiniones vertidas que es Internet. Por mucho ruido que hagan los profesionales del jaleo y la distorsión; los sesudos analistas patroneados; los cabeza de cartel de los festivales del “yoopinoque”; los famosos sondeos de opinión.

Opinamos… luego existimos. No sé que forma irá adoptando este blog con el paso del tiempo. Ahora que lo pongo en marcha no pretendo más que sea mi pequeño y humilde altavoz a través del que reflexionar en voz alta y compartir mis opiniones sobre diversos temas con quien quiera escucharlas. Bueno, mejor dicho, con quien quiera leerlas.

Un opinador más. Aun tengo que decidir si esto es una vocación frustrada o lo mío es más una frustración vocacional. Por aquello de hacérmelo mirar, en su caso.

2 comentarios:

  1. Vivan los opinadores profesionales !!! Y vivan los que os leen !!!!

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  2. Estoy totalmente de acuerdo en que la tecnología ha supuesto un avance en el derecho a expresar una opinión. Y sienta las bases para que cada uno ejerza el derecho a escuchar opiniones diferentes a las que vociferan los medios de comunicación. Veremos cuantos lo hacen. Veremos cuanto dura.

    Como sobre todo se puede opinar, espero que los profesionales se ganen a pulso su sitio (o que desaparezcan). Que a veces necesito una opinión rápida y necesito que alguien me la preste en lugar de tener que realizar un sesudo estudio...

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